domingo, 14 de octubre de 2007

Un nuevo aniversario

Hace 28 años, el 15 de octubre de 1979, un grupo de militares jóvenes materializó el último golpe de Estado que registra nuestra historia, ello implicó el inicio del fin del control militar del aparato del poder público, y aunque existía con efervecencia el caldo de cultivo del conflicto armado interno que vivió El Salvador, también sentó las bases para el cambio de cultura política, hacia una más volcada en el constitucionalismo, que sólo hasta el final del conflicto y con la firma de los Acuerdos de Paz comenzó a echar raíces. Es deseable que también ya haya comenzado a echar frutos y flores.

El Golpe de Estado se dirigió contra la figura del General Carlos Humberto Romero, último Presidente que provenía de las estructuras militares salvadoreñas, y su gobierno. Su propuesta política, denominada Bienestar para Todos, era un cuidado paliativo para la muy dramática situación social y económica de la mayoría de la población, con poca o nula capacidad de implementación, tomando en cuenta la radicalidad desnuda de la oligarquía salvadoreña de ese momento, todavía representativa de las muy sonadas "14 familias". El poder político de la época carecía de los espacios necesarios para ejercer su mandato constitucional de manera autónoma: cualquier iniciativa gubernamental, especialmente de índole social o económica, que no contara con la venia de los 14 jefes de aquellas familias estaba condenada a fracasar.

Luego de revisar algunos documentos, creo que el General Romero tenía, al menos, intenciones de hacer algo diferente. No puedo interpretar de otra manera uno de los actos de política exterior que realizó, en el día 75 de su mandato; me refiero a las instrucciones que giró y que materializó el entonces Representante Permanente de El Salvador ante la Organización de los Estados Americanos (Francisco Bertrand Galindo, padre), en el sentido de invitar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para visitar El Salvador "a fin de que preste su valiosa contribución a la promoción de los Derechos Humanos", como rezaba la nota de aquel venerable 14 de septiembre de 1977. Pero los pocos márgenes de maniobra con los que contaba el General Romero no le permitieron hacer un desempeño que estuviera a la altura de las circunstancias cuando aquella visita se realizó. Ante la pregunta formulada por la CIDH de si el ahora fallecido Ingeniero Napoleón Duarte -entonces exiliado- podría volver a El Salvador, su respuesta fue categóricamente negativa; y al ser cuestionado sobre la operatividad del grupo ORDEN, su respuesta no fue otra que reconocerse como el padre putativo de la criatura.

Es ahí donde tienen sentido dos frases que se encuentran en la Proclama de la Fuerza Armada; ese valiosísimo documento caracterizó al gobierno que derrocaba como violador de los derechos humanos del conglomerado, y como un profundo desprestigiador del país y de la institución armada. El Gobierno había convertido a las Fuerzas Armadas (y a los cuerpos de seguridad, que le estaban funcionalmente ligados) en entes de represión. Ante la imposibilidad de introducir cambios que impactaran en la etiología de los problemas socioeconómicos de millones de salvadoreños y salvadoreñas, el único rol que le quedaba era el uso de las armas. Es lamentable reconocer que los gobiernos inmediatamente siguientes al Golpe de Estado no fueron capaces de contener lo que estaba ya sucediendo. La represión hacia la sociedad civil, hacia las dirigencias sindicales y campesinas, hacia el liderazgo político disidente, hacia algunos intelectuales y académicos, hacia algunos sectores y dirigentes de la Iglesia Católica, y en general hacia todo lo que tuviera la virtualidad o la sospecha de no ser fiel obediente del status quo era un objetivo militar o un objetivo de la represión. La doctrina "quitarle el agua al pez" llevó al paroxismo más agudo y a la violencia más dantesca. Las violaciones a los derechos humanos (civiles, políticos, económios, sociales y culturales) y la impunidad eran las dos caras de la misma moneda.

Lo anterior, no obstante, no deslegitima algunos de los puntos contenidos en la Proclama y que siguen teniendo una especial vigencia. El grupo de militares jóvenes impulsó un Programa de Emergencia que incluía medidas especialmente vinculadas con el ejercicio de los derechos civiles y políticos, especialmente relacionadas con el pasado inmediato a aquella época en el que la oposición había sido ejecutada, desaparecida, torturada o enviada a las cárceles o al exilio. Pero tampoco puedo pasar por alto que la Proclama contenía una estratégica referencia directa al derecho la vivienda, alimentación, educación y salud de todos los habitantes del país. Me produce una satisfactoria sensación advertir que la base conceptual en materia de derechos humanos que subyacía en los líderes del Golpe de Estado era absolutamente correcta. Los derechos humanos son un conjunto integral de contenidos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, que en algunas ocasiones, por la apremiante violencia represiva antidemocrática que se vive en un país, tienden a ser conceptualizados de una manera muy estrecha para dar especial relevancia a ciertas prohibiciones, como la del genocidio y de la tortura; y en otras ocasiones, por abierta ignorancia o pervertida maldad, son artificialmente reducidos a conceptualzaciones de mínimo contenido.

Debo indicar que la visita que realizó la CIDH culminó con un destacable informe que, por supuesto y como era de esperarse, puso un énfasis en la situación de varios derechos civiles y políticos, precisamente por la sistemática violación que enfrentaban, la que además encarnaban una cantidad muy abultada de personas, incluyendo dentro de ellas a varias figuras públicas del pasado reciente y/o de la actualidad, que para aquel entonces habían enfrentado privaciones arbitrarias de libertad, torturas, amenazas, coacciones o exilios. Pero ese informe igualmente realizó un giro copernicano en la concepción de los derechos humanos que preponderaba durante la guerra fría. Justamente en él se puede advertir la estrecha vinculación que hay entre los derechos económicos, sociales y culturales, y los derechos civiles y políticos, que juntos forman un indisoluble núcleo holístico de salvaguardas de la dignidad humana.

La Proclama dio paso a la actual Constitución, aunque el contexto del conflicto armado interno no dejó de teñirla de un sentido belicoso y conservador para la funcionalidad de aquel momento. Terminado el conflicto armado interno, los Acuerdos de Paz implicaron un proceso de reforma constitucional en algunos aspectos, principalmente devolviendo a las Fuerzas Armadas y a la seguridad pública sus razones de ser en un Estado Democrático, intentando modernizar los ámbitos electorales y de la justicia, y propiciando un escenario de resurgimiento de los derechos humanos como condición de legitimidad del poder público. Hasta cierto punto podría pensarse que los Acuerdos de Paz ofrecieron un justo adjornamiento a los propósitos establecidos en la Proclama. En realidad la orientación teleológica de la Proclama sigue siendo válida, aunque algunas de las medidas para lograr sus fines, en especial aquellas del ámbito económico, no necesariamente hayan sido siempre bien aceptadas ni implementadas. Por eso no se debe confundir el medio con el fin.

Hacer cesar la violencia y la corrupción, garantizar la vigencia de los derechos humanos, adoptar medidas que conduzcan a una distribución equitativa de la riqueza nacional incrementando, al mismo tiempo, en forma acelerada, el producto territorial bruto, y el encauzamiento positivo de las relaciones exteriores del país, que eran los cuatro lineamientos del Programa de Emergencia enunciados en la Proclama, tienen un valor de inmanencia que perdura en la historia, tienen un sentido asertivo que es transtemporal. La Proclama representa la consagración política de aquellos ideales, mientras que las reformas constitucionales realizadas en el contexto de los Acuerdos de Paz su consagración en el mundo normativo-constitucional. El paso siguiente consiste en trasladarlos de esa dimensión normativa al nivel de valores introyectados de la convivencia democrática, a convertirlos en una praxis de cotidianeidad, a consolidar una cultura constitucional.

La idea de establecer los propósitos antes mencionados como lineamientos del Programa de Emergencia no era más que una cuestión de coyuntura. En realidad esos lineamientos pueden perfectamente seguir siendo las bases de cualquier programa de gobierno en El Salvador actual, con las actualizaciones propias en algunas de sus medidas de implementación como exigencia de validación histórica. Eso sí, de un programa de gobierno que tenga una plena identidad con los fundamentos constitucionales de El Salvador, y que por lo tanto se base en el modelo antropocentrista que se planta como el frontispicio de la Constitución, según el cual el ser humano es el origen y el fin de la actividad del Estado, y éste no es más que un instrumento para la realización de los derechos humanos, creando las condiciones necesarias para su máximo ejercicio; una concepción de derechos humanos que, como la que tenían los militares golpistas de 1979, fuera holística, ampliamente reconocedora que los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales son indivisibles, interdependientes y relacionados entre sí.

Ahora que suenan nuevamente los rumores de la campaña electoral, y que se comienzan a preparar los equipos ténico-políticos en los principales partidos políticos en la elaboración de sus plataformas, programas y planes; ahora que se develan nuevos intereses y espectativas; ahora que el conflicto armado interno terminó; ahora es tiempo de lograr aquel noble paradigma que se ha encarnado en la Constitución, que no es fácil pero que es necesario. Ahora es el momento de poner una pica en Flandes, y conmemorar con efectivismo la actualidad del desiderata político trazado en 1979.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

MUY BUENO, EXCELENTE

Anónimo dijo...

Ciertamente los lineamientos de la Proclama tienen un valor inmanente, que con las debidas actualizaciones podrían ser ejes de un buen programa de gobierno.
Pero es una lástima que habiendo transcurrido sólo 28 años, esa claridad se entenebrezca con evocaciones del pasado que, precisamente, quiso dejar atrás la Proclama. (Me refiero a los planes de mano dura, super mano dura y otros por el estilo). Excelente blog. Felicidades!

Anónimo dijo...

Me parece un buen artículo. Ojalá que pueda continuar con este blog para que aborde temas importantes sobre la Constitución y las formas de gobierno, ya que mucho ayudará a estudiantes y personas en general que se interesan por estos temas. Por cierto, cuesta mucho introducir los comentarios. Debería revisar.

Anónimo dijo...

CONTESTANDO

Aunque tú lo dices con otras palabras, el General Carlos Humberto Romero se instaló en la Presidencia el 1º de julio de 19977 e impulsó el plan Bienestar para Todos. Pero en que consistió en el trasfondo este Plan, bueno, en la creación de la “Ley para la Defensa y Garantía del Orden Público”, esta Ley daba vía libre para cometer toda clase de atropellos contra el pueblo. Aumento de la represión, asesinatos, capturas, tortura y desaparecimientos forzados de dirigentes populares. Y aumento de los Escuadrones de la Muerte, ORDEN, UGB, Falange…

Pero la represión no pudo detener la movilización popular; los campesinos se tomaban las tierras, como en LA CAYETANA, para exigir el derecho a poseer la tierra. Los obreros se tomaron las fábricas como en LA CONSTANCIA, S.A. para exigir aumento de salarios. Los pobladores de tugurios se manifiestan por las calles para exigir terreno para sus viviendas. Los vendedores de los mercados, los maestros, los estudiantes, las mujeres..….. Todos se organizaron para luchar por sus justos derechos. Monseñor Oscar Arnulfo Romero apoyaba y defendía los derechos de los pobres, sus homilías en la Catedral Metropolitana son reconocidas como “la voz de los sin voz”. La respuesta del gobierno siempre fue la misma: balas y más represión, encarcelamientos, torturas y desaparecimientos forzados.

El pueblo organizado se da cuenta que no basta con exigir aumentos de salarios, que es necesario un cambio radical de todo y la lucha entró en una etapa más política y revolucionaria. Las organizaciones empezaron a luchar por un gobierno popular.

No nos olvidemos que el 19 de julio de 1979 triunfa en Nicaragua la Revolución Sandinista. Este acontecimiento da un nuevo impulso a las organizaciones populares, que profundizan la lucha para acabar con la tiranía del General Carlos Humberto Romero.

En agosto de 1979, se formó el Foro Popular, integrado por los Partidos: Demócrata Cristino, PDC; Unión Democrática Nacionalista, UDN; y el Movimiento Nacional Revolucionario, MNR, y por algunas organizaciones y sindicatos. El Foro Popular exigía la formación de un gobierno democrático, la disolución de los Escuadrones de la Muerte y medidas económicas a favor de los pobres; el gobierno hizo caso omiso a todas estas peticiones.

El 15 de octubre de 1979, la juventud militar dio un Golpe de Estado al General Carlos H. Romero, aquí surge la Proclama, objeto de tu blog y se formó la Junta Revolucionaria de Gobierno, formada inicialmente por tres civiles (Ing. Román Mayorga Quirós, Dr. Guillermo Manuel Ungo y por el Ing. Mario Andino) y dos militares (Coronel Abdul Gutiérrez y el Coronel Arnoldo Adolfo Majano). Proclama que fue seguida por una serie de decretos: Disolución de ORDEN; Formación de una Comisión para investigar el problema de los desaparecidos; aumento del salario para los jornaleros de las cosechas de algodón y caña de azúcar; congelamiento (no se podían traspasar) de las propiedades mayores de 100manzanas; y la nacionalización de la Banca y del Comercio Exterior. Pero la Junta no ejercía el poder real, los sectores más reaccionarios del gobierno apoyados por la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) continuaron con la represión contra el pueblo, y eso hizo que los civiles de la Junta renunciaran. El 10 de enero de 1980 se formó la segunda Junta, que surge del Pacto entre la Fuerza Armada y el Partido Demócrata Cristiano (PDC). Los nuevos civiles fueron el Dr. Héctor Dada Iréis, el Dr. Antonio Morales Erlich y el Dr. José Ramón Ávalos.

Pero la represión contra el pueblo continuó y el Dr. Dada Iréis renunció porque no quería seguir justificando la creciente represión. Lo sustituye el Ing. José Napoleón Duarte. Así surgió la tercera Junta de Gobierno.

La situación del pueblo no mejoró nada, continuaron las asesinatos, desaparecimientos y masacres; surgiendo un nuevo problema: Refugiados y Desplazados. Los campesinos huían del terror causado por las invasiones del ejército y buscaban refugio en las ciudades. Miles de campesinos fueron masacrados por el ejército como en el Río Sumpul (Chalatenango).

Por su parte el Movimiento Popular se sigue fortaleciendo, y el 11 de enero de 1980 formó la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM) integrada por el Bloque Popular Revolucionario (BPR), el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU), las Ligas Populares 28 de febrero (LP-28), el Movimiento de Liberación Popular (LP), la Unión Democrática Nacionalista (UDN). El día 22 de enero de 1980, la CRM realizó la más grande manifestación popular de El Salvador, y la cual fue reprimida.

El primero de abril de 1980 se formó el Frente Democrático Revolucionario, el cual aglutinaba a todas las organizaciones revolucionarias de masas y a los movimientos: Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), Movimiento Popular Social Cristiano (MPSC), al Movimiento Independiente de Profesionales y Técnicos de El Salvador (MIPTES) y a otras organizaciones e Instituciones Progresistas.

Hay un hecho con el que quiero terminar esta participación, ya que en la próxima analizaré propiamente y a profundidad la Proclama de la Fuerza Armada del 15 de octubre de 1979. Dicho hecho es que el 23 de marzo de 1980 Monseñor Oscar Arnulfo Romero en su homilía dominical hizo un llamado enérgico a los militares, para que ya no siguieran masacrando al pueblo, y dijo: “En nombre de dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ordeno en nombre de Dios: CESE LA REPRESIÓN”. Al día siguiente (lunes 24) Monseñor Romero fue asesinado mientras oficiaba misa en el Hospital La Divina Providencia.

Como vemos en un lapso de siete meses, después de la Proclama del 15 de octubre de 1979, sucedieron todos estos hechos que brevemente he narrado.

Anónimo dijo...

Sobre la impunidad: qué curioso que los políticos, tanto "los unos" como "los otros" estén de acuerdo en eso de la Ley de Amnistía: para "los unos" no se debe derogar para no descalabrar el país; para "los otros" se debe derogar para que se haga justicia. Y como ud. lo dice, aunque con otras palabras, se puede hacer justicia con la Ley de Amnistía y sin ella, si de verdad existe voluntad. Es curioso que, aunque con planteamientos "al revés" los unos y los otros estén de acuerdo en algo. No llama la atención? A qué se deberá tal desacuerdo aparente, que en el fondo es un mismo sentir? (Miedo al fantasma?)